domingo, 22 de mayo de 2011

Colaboración versus competencia (1)

Las organizaciones y las empresas son sistemas vivos
Lo que Humberto Maturana y Francisco Varela, desde la biología, denominaron autopoiesis “como la condición de existencia de los seres vivos en la continua producción de sí mismos” o Illya Prigogine, desde la física, llamaba la capacidad de autoorganización de las estucturas dispativas que nos llevan a bifurcaciones que son irreversibles en los caminos de la física y de los humanos, que inspiran algunas consecuencias prácticas de lo que supone que los sistemas vivos sean capaces de producirse a sí mismos.
Los sistemas vivos se producen a sí mismos
Como cualquier agrupación humana, una empresa una organización, la sociedad o el mundo globalizado son sistemas vivos… si no damos por supuesto que están en decadencia definitiva o no los matamos o pensamos que están muertos… Nosotros podemos ser y somos, parte activa, querámoslo o no, de esos procesos de autopoiesis y de autoorganización, que ante las bifurcaciones a las que nos enfrentemos, nos permiten a posibilidad de elegir el camino más humano posible.
Sociedades y empresas basada en la competencia
Vivimos en una sociedad “competitiva”, en una cultura en la que se piensa que la discrepancia se resuelve sobre la base de la competencia y los juegos de poder, que minimizan a “los otros”. Eso, si no se llega a alimentar actitudes más o menos violentas, en la manera de relacionarnos entre los adultos.
Es sobre esta base cultural sobre la que hemos construido nuestras organizaciones, es sobre esta base sobre la que hemos “aprendido” cómo deben funcionar las organizaciones y las personas en ellas. Pero es fácilmente observable que, desde el punto de vista humano, los resultados no son muy halagüeños ni en lo personal, ni en lo social, ni incluso en lo económico.
¿Podremos superar nuestra competitiva forma de organizarnos?
¿Es posible que, con este modelo de sociedad, superemos el paradigma vigente en las empresas y organizaciones que se basa en la competencia y los juegos de poder personales o de grupo?
¿Competir en diferentes direcciones?
Parece que tendremos que desaprender aquello en lo que nos han formado y tomar conciencia de cómo nos relacionamos en las organizaciones y la sociedad los adultos, de cómo tratamos nuestros conflictos y de cómo dentro de ellas abrimos, o negamos, espacios para la colaboración que incluyan a los demás.
Como estamos sometidos al constante proceso de cambio que es la vida, en una empresa, una organización o en la sociedad, la necesidad de aprender constantemente es imprescindible. El cambio nos obliga a aprender y a desaprender continuamente, para no quedar anquilosados. Pero frente a sus exigencias solemos reaccionar, desde la comodidad, negándonos al hecho de esos mismos cambios… Quizás desde la inteligencia, podemos entenderlos, pero "razones" emocionales y psicológicas, sentimientos encontrados o rígidos, nos llevan a quedarnos paralizados o incluso a resistirnos al cambio necesario.
Nuestras sociedades, a nivel mundial, nacional y de empresa, están basadas en la competencia, fundamentalmente económica, lo que paradójicamente, nos ha llevado a un serio problema de desarrollo económico, ambiental, social y, sobre todo, humano. Paradójicamente, a la larga desde un punto de vista humano, la competencia es destructiva
¿Cuál es el significado profundo de la competencia? 
Cuando me centro en “competir”, es el otro el que se convierte en referente de lo que hago. No soy para mí, mi propio referente. Esto implica un sutil acto de desvalorización de uno mismo o de la organización propia. La competencia no es constructiva desde el punto de vista social y humano, ni incluso desde el económico. No es cierto que lleve al progreso equilibrado o al bienestar. Aunque resulte “políticamente incorrecto”, la competencia, individual o colectiva, dentro de la sociedad, una organización o una empresa al final llevan al desencuentro, al desencanto y en último término al sufrimiento y al dolor personal y colectivo.
La competencia es destructiva
La experiencia nos dice que, a la postre, si el otro pierde, yo no gano… Pero en la cultura vigente, predomina lo contrario: para que yo gane, el otro tiene que perder. El deporte, tan influido por lo económico, es un ejemplo palpable: basados más en competir, que en participar, lo importante no es tanto ganar, como al menos conseguir que el otro pierda. Se ha visto esto en recientes polémicas futbolísticas. Se llega a justificar cualquier cosa, para que el otro se vea perjudicado, funcione mal y pierda. Es más importante “negar al otro”, al compañero, a la otra empresa, que la calidad de lo que uno hace. La “competitividad” como gusta decir a cierta cultura empresarial y económica, que no se cuestiona a sí misma, provoca situaciones de dolor colectivo, empresarial o personal.

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