lunes, 23 de mayo de 2011

Colaboración versus competencia (2)

La alternativa está en la colaboración
Esto es completamente distinto cuando predomina la colaboración. Es la colaboración ha posibilitado el desarrollo del lenguaje, que ha sido clave en el desarrollo humano. Pero para ello, en la “colaboración”, es imprescindible el verse y mirarse recíprocamente, es necesario estar en disposición de conversar, de hacer cosas con los demás, es necesario encontrarse con el otro, de comprenderlo y de aceptarlo, incuso en su diferencia. Sin embargo, cuando nos basamos en la “competencia”, al predominar de forma oculta la ambición, la vanidad, las ansias de poder o lo que sea, se destruye la posibilidad de construir conjuntamente, de crear un espacio de colaboración y se distorsiona la relación personal o colectiva. Si miramos la historia, las situaciones humanas difíciles nunca se resuelven por la lucha o la competencia, sino mediante la colaboración. Es el surgimiento de esta colaboración colectiva, lo que nos admira o sorprende cuando hay un terremoto, un tsunami o un proceso compartido de cambio social colectivo.
En el plano individual, si uno dice que algo no está bien y el otro piensa lo contrario y no se admite sinceramente la diferencia, no sirve de nada conversar acerca de lo que está bien o no está bien, porque cada unos se enrocará en su posición y no habrá posibilidad de encuentro.
Mapa de la amistad en las redes de colaboración
La cuestión está en qué es lo que elegimos, en si queremos vivir en la colaboración y trabajando en equipo o no. Está en si queremos usar las diferencias no como discrepancia cerrada, sino como oportunidades reflexivas que permitan resolver problemas de forma creativa y no quedar atrapados en el bucle cerrado de la confrontación, los departamentos estancos, la defensa de las propias funciones frente a las demás, la mutua negación y la conspiración que llevan a la falta de comunicación o a la búsqueda larvada del poder.
Sin embargo, desde el momento en el que hay preocupación por cómo hacemos lo que hacemos, empezamos “a vernos”, a abrirnos a la posibilidad de iniciar un modo distinto de hacer las cosas, comenzamos a construir la unión que busca el bienestar colectivo del grupo social, sea una empresa, una organización, una familia, la sociedad o el mundo global.
Razón, emoción y colaboración
En los debates sobre las soluciones a los problemas, con demasiada frecuencia se hacen “razonamientos”, se habla interminablemente en base a las opiniones de unos u otros. Sin embargo en la vida –y los estudios de biología del conocimiento de Humberto Maturana lo demuestran- lo que determina lo que hacemos es la emoción y no la razón. Por mucho que “razonemos”, con datos o sin datos objetivables, olvidamos que todo sistema racional tiene fundamentos no racionales, escogidos desde la emoción, desde la preferencia, el gusto o el deseo de lo que uno quiere hacer. Si tras nuestras elaboradas argumentaciones racionales, realizamos una introspección sincera que nos lleve aguas arriba de lo que creemos pensar racionalmente, veremos que en el origen hay un gusto, una preferencia o un deseo. Y se demuestra que si cambio el gusto, la preferencia o la representación mental que me hago de las cosas, cambio mi argumentación “racional”. La consecuencia de esto en los procesos de cambio y de gestión del cambio empresarial o social, es que no vale solo la “sintonía racional”, si no que lo que es imprescindible es la “sintonía emocional”. Al menos, es fundamental hacernos conscientes, en nuestra conciencia profunda, de cuales son las emociones que nos determinan, que determinan lo que hacemos y lo que decimos.
Cambiar personalmente
Cambiar socialmente
Efectivamente, los seres humanos nos manifestamos en lo que hablamos, decimos y hacemos, pero tenemos que cuestionarnos, ponernos en duda y hacernos conscientes de las emociones que nos condicionan. Nos basamos, más de lo que nos creemos, como el resto de los mamíferos, en las limitadas percepciones de nuestros sentidos y desde esas percepciones miramos, olemos, tocamos, reflexionamos y actuamos. Pero no nos damos cuenta que todo lo hacemos dentro de una cultura competitiva dominada por la vanidad y los deseos ocultos de poder o dinero, más allá de lo vitalmente necesario, por los que queremos controlar todo. Esto estrecha nuestra inteligencia, nuestra conciencia y nuestro conocimiento se limita a “lo conocido”, a lo “planificado” al  “dejá vu”  y olvidamos los aspectos no-planificados de la vida, olvidamos el sentirnos inmersos en la corriente de la vida.
Conclusión: cambio personal y cambio social
¿Podremos confiar en la colaboración, en el trabajo en equipo, la creatividad y la co-inspiración que amplían la inteligencia desde los sentimientos de unión y de amor? Los intentos de “ingeniería social” del siglo XX, no han dado un resultado a la altura de las necesidades humanas globales. Es necesario construir otro camino personal y colectivo. Es necesario un cambio personal, el constante trabajo de introspección, de interiorización sobre cuales son los supuestos sobre los que vivimos y construimos los modelos sociales en los que nos relacionamos. Es evidente, si lo queremos ver, que sin cambio personal, no habrá ni cambio empresarial, ni organizacional, ni social, ni global, verdaderamente humano.

domingo, 22 de mayo de 2011

Colaboración versus competencia (1)

Las organizaciones y las empresas son sistemas vivos
Lo que Humberto Maturana y Francisco Varela, desde la biología, denominaron autopoiesis “como la condición de existencia de los seres vivos en la continua producción de sí mismos” o Illya Prigogine, desde la física, llamaba la capacidad de autoorganización de las estucturas dispativas que nos llevan a bifurcaciones que son irreversibles en los caminos de la física y de los humanos, que inspiran algunas consecuencias prácticas de lo que supone que los sistemas vivos sean capaces de producirse a sí mismos.
Los sistemas vivos se producen a sí mismos
Como cualquier agrupación humana, una empresa una organización, la sociedad o el mundo globalizado son sistemas vivos… si no damos por supuesto que están en decadencia definitiva o no los matamos o pensamos que están muertos… Nosotros podemos ser y somos, parte activa, querámoslo o no, de esos procesos de autopoiesis y de autoorganización, que ante las bifurcaciones a las que nos enfrentemos, nos permiten a posibilidad de elegir el camino más humano posible.
Sociedades y empresas basada en la competencia
Vivimos en una sociedad “competitiva”, en una cultura en la que se piensa que la discrepancia se resuelve sobre la base de la competencia y los juegos de poder, que minimizan a “los otros”. Eso, si no se llega a alimentar actitudes más o menos violentas, en la manera de relacionarnos entre los adultos.
Es sobre esta base cultural sobre la que hemos construido nuestras organizaciones, es sobre esta base sobre la que hemos “aprendido” cómo deben funcionar las organizaciones y las personas en ellas. Pero es fácilmente observable que, desde el punto de vista humano, los resultados no son muy halagüeños ni en lo personal, ni en lo social, ni incluso en lo económico.
¿Podremos superar nuestra competitiva forma de organizarnos?
¿Es posible que, con este modelo de sociedad, superemos el paradigma vigente en las empresas y organizaciones que se basa en la competencia y los juegos de poder personales o de grupo?
¿Competir en diferentes direcciones?
Parece que tendremos que desaprender aquello en lo que nos han formado y tomar conciencia de cómo nos relacionamos en las organizaciones y la sociedad los adultos, de cómo tratamos nuestros conflictos y de cómo dentro de ellas abrimos, o negamos, espacios para la colaboración que incluyan a los demás.
Como estamos sometidos al constante proceso de cambio que es la vida, en una empresa, una organización o en la sociedad, la necesidad de aprender constantemente es imprescindible. El cambio nos obliga a aprender y a desaprender continuamente, para no quedar anquilosados. Pero frente a sus exigencias solemos reaccionar, desde la comodidad, negándonos al hecho de esos mismos cambios… Quizás desde la inteligencia, podemos entenderlos, pero "razones" emocionales y psicológicas, sentimientos encontrados o rígidos, nos llevan a quedarnos paralizados o incluso a resistirnos al cambio necesario.
Nuestras sociedades, a nivel mundial, nacional y de empresa, están basadas en la competencia, fundamentalmente económica, lo que paradójicamente, nos ha llevado a un serio problema de desarrollo económico, ambiental, social y, sobre todo, humano. Paradójicamente, a la larga desde un punto de vista humano, la competencia es destructiva
¿Cuál es el significado profundo de la competencia? 
Cuando me centro en “competir”, es el otro el que se convierte en referente de lo que hago. No soy para mí, mi propio referente. Esto implica un sutil acto de desvalorización de uno mismo o de la organización propia. La competencia no es constructiva desde el punto de vista social y humano, ni incluso desde el económico. No es cierto que lleve al progreso equilibrado o al bienestar. Aunque resulte “políticamente incorrecto”, la competencia, individual o colectiva, dentro de la sociedad, una organización o una empresa al final llevan al desencuentro, al desencanto y en último término al sufrimiento y al dolor personal y colectivo.
La competencia es destructiva
La experiencia nos dice que, a la postre, si el otro pierde, yo no gano… Pero en la cultura vigente, predomina lo contrario: para que yo gane, el otro tiene que perder. El deporte, tan influido por lo económico, es un ejemplo palpable: basados más en competir, que en participar, lo importante no es tanto ganar, como al menos conseguir que el otro pierda. Se ha visto esto en recientes polémicas futbolísticas. Se llega a justificar cualquier cosa, para que el otro se vea perjudicado, funcione mal y pierda. Es más importante “negar al otro”, al compañero, a la otra empresa, que la calidad de lo que uno hace. La “competitividad” como gusta decir a cierta cultura empresarial y económica, que no se cuestiona a sí misma, provoca situaciones de dolor colectivo, empresarial o personal.

sábado, 25 de diciembre de 2010

Principios para encontrar motivación y sentido en nuestra vida


Decía Viktor Frankl: “Todos tenemos nuestro propio campo de concentración interior… Debemos sobrellevarlo con paciencia y capacidad de perdón, como seres humanos completos, aceptando lo que somos ahora y en lo que nos convertiremos”. Si buscamos sentido y significado a lo que hacemos, a aquello en lo que trabajamos, o cómo vivimos, podemos superar nuestra limitada perspectiva y encontrar la llave que abra la puerta de la propia motivación, desde dentro de nosotros. Cada uno, independientemente de lo que ocurra en nuestro entorno, en nuestra empresa, en las instituciones y organizaciones en las que habitamos, podemos encontrar sentido, significado y valores que impulsen nuestra motivación y el porqué y para qué trabajamos y vivimos.
Siete principios nos pueden ayudar en esta búsqueda:
1.    Principio de la libertad de elegir una actitud positiva.
Elegir una
actitud positiva
Frente a todo lo que ocurre a nuestro alrededor, siempre tendremos la libertad de escoger, la responsabilidad, en el sentido de “capacidad de responder”, con nuestra respuesta propia a las circunstancias vitales que nos toquen. Eso sí, tenemos que pasar de sentirnos sujeto que sufrimos como “parte del problema”, a tomar la decisión de “ser parte de la solución”. 
Para ello tenemos que:
     - Desarrollar una actitud positiva,
     - Visualizar posibilidades y
     - Mantener pasión por la acción
2.    Principio de comprometernos con nuestros propios valores.
Compromiso con...
¿Qué valores?
Implica desarrollar nuestra voluntad de encontrar sentido a lo que hacemos. No se trata de basar nuestra voluntad en valores externos a nosotros, asumidos de manera acrítica, sin haberlos “traducido” a través del cedazo de nuestra propia interiorización. No se trata de basarnos en la búsqueda de placer, dinero o poder, que nos llevarán, seguro, a la frustración y la decepción, porque sólo intentan encubrir el “vacío del sentido” que no le encontramos a lo que hacemos. 
Tenemos que decidir encontrar conscientemente los valores humanos profundos que nos motivan a cada uno, los que nos son realmente significativos y por los que nos merece la pena luchar dar un sentido y una motivación a nuestro trabajo.
3.    Principio del sentido de Misión y Propósito.
¿Cuál es mi misión?
Decidir qué hacemos, porqué lo hacemos, qué significa nuestra vida y nuestro trabajo. Esto es algo personal. Es verdad que podemos optar por no dedicarnos tiempo, por no dedicar tiempo a percibirnos conscientemente en nuestra propia existencia.
Pero también podemos optar por determinar escoger un trabajo y un modo de vida que tenga auténtico significado para nosotros. Saber porqué hacemos las cosas es esencial para promover nuestra propia motivación. 
Ver el trabajo como algo que hemos de construir en la vida y no como un “medio de vida”, será la mejor vía de motivación.
4.    Principio de la "paradoja de la intención". 
Paradoja del exceso
de intención
Forzar nuestra intención, dificulta el logro de lo que deseamos. En la vida y en el trabajo, lo importante es lo que somos, no lo que hacemos. A veces nos obsesionamos, y nos obsesionan, tanto con los “resultados” que los perjudicamos. El trabajo no es lo que más cuenta, es más decisiva la manera en la que lo desempeñamos. 
Si nos centramos más en los resultados que en el proceso de obtenerlos, podemos perjudicar las relaciones y caer en el peligro de la “paradoja de la intención”. Centrarnos más en el resultado, que en el proceso de conseguirlo nos perjudica a nosotros y a los demás. Necesitamos cuidar las relaciones en el trabajo y en la vida, cuidar la confianza, el sentido tanto de lo que hacemos nosotros, como de lo que hacen los demás. No debemos olvidar que la “hiper-intención” y la “hiper-reflexión” torpedean el progreso, al dejar de lado el sentido y los valores que son los verdaderos impulsores de nuestra motivación.
5.    Principio del autodistanciamiento.
Tomar distancia
de lo inmediato
El humor que nos ayuda a separarnos de lo inmediato, nos sitúa por encima de las adversidades y es clave para tomar distancia de lo que hacemos y tomarnos con alegre seriedad el trabajo. 
El autodistanciamiento nos permite observar la realidad, orientándonos a la acción, de un modo más consciente de lo que queremos y de cómo lo queremos y nos proporciona perspectiva, conexión, aprendizaje y conocimiento.
6.    Principio de cambiar nuestro centro de atención.
Para enfrentarnos a situaciones habituales o difíciles, si nos encerramos en la negatividad perderemos la capacidad de ver lo positivo de las cosas. No conviene obsesionarse con los problemas y las dificultades, porque eso nos encierra en lo negativo. Si en nuestro trabajo pensamos en positivo, por un lado, nos sentiremos mejor y por otro, trabajaremos mejor. 
Ante la frustración,
"distracción creativa"
En los momentos de frustración o decepción, practiquemos la “distracción creativa”, miremos a otra cosa, rompamos con la obsesión y abrámonos a la acción constructiva y seremos más generosos con nosotros mismos y con los demás. 
Si con nuestra imaginación, somos capaces de ver el mundo desde el espacio, en toda su amplitud, lo que lograremos es que los árboles de nuestro bosque, no limiten nuestro mundo y, desde la perspectiva, recuperaremos el centro de nuestro sentido y la motivación de lo que hacemos. Ello nos situará en el camino de la mejor solución posible.
1.7.    Principio de la autotrascendencia.
Cuando trabajamos para el bien ajeno, nuestros valores, el sentido de lo que hacemos, nuestra propia motivación adquieren una significación todavía mayor. 
Ir más allá de lo aparente,
aunque nos sea desconocido
Si hacemos las cosas por una razón más elevada que la de satisfacer nuestras exclusivas necesidades materiales o psicológicas o nuestras obsesiones de dinero, poder o placer, podemos llegar a encontrar el posible “sentido último” de cada uno. 
Si, conscientes de nosotros mismos, tratamos de superar nuestro propio límite, podemos conectar con algo más elevado, algo que vaya más allá de uno mismo, que nos conecte con el bien colectivo, el espíritu, el cosmos, el amor o una Conciencia Superior, no importa el nombre que cada uno le de. 
Eso nos conectará con un profundo sentido que transformará nuestra vida, cuanto que dejaremos de ser prisioneros de nuestros repetitivos y obsesivos pensamientos.

domingo, 19 de diciembre de 2010

La herramienta decisiva de nuestra motivación


Es interesante conocer las herramientas de motivación que podemos utilizar. Pero debemos hacerlo desde la perspectiva del entorno social, económico, científico, tecnológico, humano y global que implica la la Sociedad de la Información y el Conocimiento  que necesitamos, más allá de la que tenemos o en la que estamos. 
En el sentido de lo que necesitamos, desde el punto de vista de la motivación, conviene distinguir entre lo que son las herramientas externas, que nos vienen de fuera y las herramientas internas que dependen de nosotros mismos.
Desde una perspectiva externa, puramente práctica, para fortalecer y dirigir nuestra motivación dentro de la Sociedad de la Información y el Conocimiento en la que estamos, seamos directivos o empleados, podemos utilizar, esquemática y conceptualmente, cuatro herramientas de motivación externas:
Motivación externa
Responsabilidades: Ni más allá, ni más acá de las aptitudes; Asunción de riesgos, experimentación; Desarrollo de tareas
RecompensasSignificativas; Equitativas; Fortalecedoras de comportamientos productivos
Razones: Estrategia competitiva; Resultados; Valores organizativos; Significación social; Realimentación individual
Relaciones: Jefes; Compañeros; Subordinados; Clientes y ciudadanos; Proveedores
Sin embargo, aunque no se trata de desmerecer aquí las herramientas externas citadas, en mi opinión, desde una perspectiva real y humanamente profunda, desde la perspectiva de la Sociedad de la Información y el Conocimiento que necesitamos, la línea de motivación más sólida está en las herramientas de motivación internas que dependen de nosotros mismos. Son las que se encuadran en el propio autodesarrollo personal como base que justifica nuestra más seria respuesta al porqué y para qué trabajar. Es el autodesarrollo lo que moviliza más a las personas. Es el autodesarrollo lo que motiva más a los más jóvenes. Es el autodesarrollo lo que más se adecua a las tendencias que se apuntan con las exigencias de la Sociedad de la Información y el Conocimiento que necesitamos y a las exigencias de los nuevos modelos de trabajo y desarrollo profesional, basados más en el conocimiento, las comunicaciones y el aprendizaje continuo.
Los nuevos modelos organizativos, exigen actitudes y aptitudes muy distintas de las que se generaron por las grandes burocracias de la sociedad industrial a lo largo de los siglos XIX y, sobre todo, el XX.
Las burocracias empresariales industriales, como explicó Peter Drucker, han entrado en crisis. La interpenetración del conocimiento y las comunicaciones en todos los niveles sociales, nacionales, económicos y productivos. La ruptura de los equilibrios estratégicos entre naciones, estados y países o entre modelos económicos, sociales o ideológicos. La globalización del mundo, la ruptura del predominio del mundo llamado occidental, el surgimiento de los países emergentes, la multipolaridad económica, ideológica, social. Los masivos movimientos migratorios y el fenómeno de la super masificación de las grandes urbes. La generalización de los fenómenos mafiosos y del crimen organizado. Todos estos y otros fenómenos han cambiado, cambiarán y pondrán aún más en crisis valores establecidos por mucho tiempo en las empresas, la sociedad y las fuerzas armadas.
Partir del centro de uno
Los cambios promovidos por la irrupción de la ciencia y la tecnología en la sociedad y de la propia sociedad en la conciencia y los valores de las personas, son los que llevan a la necesidad de repensar los valores y los motivos que nos pueden impulsar a afrontar nuestras responsabilidades con entusiasmo, sentido y significado.
La opción de apostar por el autodesarrollo personal como base de la motivación no puede basarse por más tiempo en términos de aprobar exámenes, ascender en la pirámide de la organización industrial o lograr mayor status o poder. Este modelo no va ser eficaz por más tiempo, por ineficaz y limitado para lo que necesita la Sociedad de la Información y el Conocimiento. En ella, cada vez más, la eficacia requerirá de un conocimiento en cambio constante del uso de tecnologías más adaptadas a las nuevas exigencias. Requerirá de modelos de gestión de las personas y de dirección y autoridad que deberá ser más bien “ganada” y pedagógicamente explicada, que solamente conferida, ante los propios subordinados, y ante los propios ciudadanos. Cada vez se necesitarán profesionales más expertos y conocedores de su oficio y su especialización, más capaces de colaboración y trabajo en equipo y, también, más predispuestos a su propio y continuo autodesarrollo personal, para ser capaces de perfeccionar sus habilidades, conocimientos y actitudes y promover y mantenerse preparados para el cambio continuo.
Sin embargo, todavía son pocas las empresas, pocas las agencias gubernamentales y organizaciones verdaderamente preocupadas por el desarrollo de las personas en sus trabajos. Aún hay más. aunque algunas organizaciones y directivos se lo planteen, el reto no deja de ser personal, una necesidad de auto-definición personal, de íntima decisión y de profunda auto-disciplina personal. No son las instituciones las que nos van a motivar. Por su propia lógica interna se mueven lenta y burocráticamente. No se adaptan suficientemente ni a las necesidades de las personas, ni a los cambios sociales o las exigencias que plantea esta nueva Sociedad de la Información y el Conocimiento. Somos nosotros los que tenemos que motivarnos, los que tenemos que encontrar los valores que nos impulsen a la acción y al trabajo con sentido y con significado. A lo sumo podemos aspirar a que se vayan creando –en la medida que dependan de nosotros- contextos organizativos que faciliten las cosas, contextos que cuenten más con las personas, que faciliten, mediante un liderazgo positivo, nuestra motivación y la de nuestros colegas.
Las instituciones acordes a la nueva sociedad, se tienen que repensar. Pero, sin duda, somos nosotros los que nos tenemos que repensar de cara a la nueva Sociedad, no podemos quedarnos como estatuas de sal  que miran a un pasado que no va a volver. Nada impide que imaginemos nuestro propio auto-desarrollo. Es una decisión personal. Nada impide que hagamos un acto de fe en el futuro y que planifiquemos nuestra vida de forma positivamente productiva.
Construir mi Visión
¿Cuáles son mis metas y la visión de mi propio desarrollo? 
Teniendo en cuenta lo que está ocurriendo en mi empresa, en mi institución, en la sociedad, en mi vida personal. ¿Qué valores, definidos conscientemente por mí mismo, son los que me van a impulsar y a motivar ahora y en el futuro en esta etapa de mi vida? ¿Qué debo hacer para lograrlos? ¿Cuál es mi íntimo ideal de plenitud estética, moral, cultural y espiritual? ¿Cómo concibo mi propia integridad, la fidelidad a mis compromisos, mi respuesta a las nuevas exigencias que plantea la Sociedad de la Información y el Conocimiento para España, para Europa y para un mundo globalizado y pacífico?
Es imprudente invertir toda la esperanza en dineropoder o status. Nadie puede predecir el futuro ni de nuestras organizaciones. No lo podíamos predecir ni cuando estudiábamos la enseñanza obligatoria o nos preparábamos para nuestra carrera profesional. Tampoco ahora podemos predecir casi nada para nuestro acelerado futuro, ni el de nuestros hijos.
Sin embargo, lo que sí podemos hacer es imaginar los conocimientos, habilidades, aptitudes y actitudes que queremos adquirir y desarrollar. Sí podemos imaginar la vida que queremos llevar para la próxima etapa de nuestra vida y planificar mínimamente para crearla. Si no lo hacemos por nosotros y por nuestros hijos ¿Quién lo hará?
Cada una de nuestras vidas son un proyecto. Éste bien puede producirse sin que nos enteremos, ni nos demos cuenta o bien podemos intentar planificarlo relativamente para que sea significativo y tenga sentido conforme a los valores que nos hayamos definido nosotros mismos.
Por añadidura, de esta manera, además de motivarnos y darnos sentido a nosotros mismos, independientemente de lo que ocurra fuera de nosotros, paradójicamente, esta vía será la que mejorará nuestras empresas, nuestras organizaciones y nuestra sociedad.

lunes, 13 de diciembre de 2010

¿Porqué y para qué trabajamos? 2. Valores y necesidades

Los valores son patrones de comportamiento cargados de la energía de la percepción, el pensamiento, los deseos y la acción, compartidos por los componentes de una sociedad, empresa, unidad o grupo humano. Son las tendencias que interiormente, de forma dinámica, nos impulsan y dirigen nuestras acciones. Los valores son una necesidad biológica e instintiva y a la vez son una necesidad determinada culturalmente en cada grupo humano u organización a sus diferentes niveles.
Valores comunes
Los valores que nos mueven, que nos impulsan, tienen que ser:
  - Por un lado, comunes a los miembros del grupo humano o social en el que nos desenvolvemos, para facilitar unas relaciones sociales mínimamente eficaces y
 - Por otro lado, suficientemente flexibles para poder adaptarnos al cambio permanente en el que nos movemos
Es decir que, los seres humanos, tenemos que guardar un equilibrio entre lo que estructura e integra con nuestro grupo social o profesional, y la libertad necesaria con la que adaptarnos, nosotros y nuestro grupo, al cambio inevitable.

Conforme crecemos, conforme maduramos, en las diferentes etapas de nuestra vida, podemos desarrollar esos valores que nos impulsan, mueven y motivan. 
Valores flexibles
Nuestros valores, no pueden ser puramente estáticos, podemos y debemos desarrollarlos para no quedarnos paralizados o perplejos ante el cambio social, tecnológico o simplemente humano en nuestro entorno.
Es decir que nuestros valores podemos desarrollarlos:
-  Definiéndonos a nosotros mismos, personalmente,
-  Decidiendo qué debemos hacer o no hacer, en diferentes situaciones y
-  Disciplinándonos con hábitos positivos que permitan lograr las metas que nos proponemos
Sin embargo, son pocas las personas que hacen o hacemos el esfuerzo de definir o modelar nuestros propios valores. La mayoría no cuestionamos los valores que nos enseñan, simplemente solemos aceptar las reglas que se nos dan en la familia, la escuela, las empresas o nuestro ámbito de trabajo particular. Sólo cuando estas reglas establecidas entran en conflicto o no funcionan, tenemos necesidad de pensar o sentir que tenemos que cambiar, reformular o adaptar nuestros valores.
Mucho de lo que está ocurriendo en la actualidad tiene que ver con esto. No se trata tanto de que nos quejemos de que “hay crisis de valores”, que es verdad que la hay. Se trata de ver si estamos manteniendo unos valores de manera estática y anquilosada, que no se adaptan o adecuan a los cambios sociales y humanos acelerados que estamos viviendo. 
¿Estamos haciendo el esfuerzo de definir, modelar y adaptar los valores humanos más profundos a las nuevas circunstancias que nos han tocado vivir? 
Somos más de lo que creemos
¿Hemos redefinido, decidido y generado una nueva disciplina u organización que sea socialmente conforme a los cambios de la nueva situación? ¿No estaremos manteniéndonos como “estatuas de sal” mirando atrás a unos valores que, aunque intenten respetar lo esencialmente humano, han quedado inmovilizados, petrificados también, incapaces de dar respuesta a las nuevas exigencias y demandas de la sociedad y las personas en un entorno tan cambiante?
Los valores que nos impulsan siempre responden a las necesidades que sentimos, por lo que es interesante tomar conciencia de cuales son nuestras necesidades.
Hay tres tipo de necesidades:
       1.   Necesidades de desarrollo: son las que nos activan y aumentan nuestra energía, son las necesidades de saber, lograr, crear. Son las que más nos  fortalecen
       2.   Necesidades de mantenimiento: son las que nos conservan activos y mantienen un sentido de dignidad y nos llevan a ejercitar mente y cuerpo y a practicar costumbres sanas. Estas, relativamente, también nos fortalecen.
       3.   Necesidades adictivas: son las que nos llevan a consumir alcohol, drogas o al uso nefando del lujo, el poder o a vivir de la adulación, el autoengaño o las falsas esperanzas. Son las necesidades que minan nuestra fortaleza y nos acaban debilitando
Cuando estamos impulsados inconscientemente por valores irracionales, somos víctimas de nuestras necesidades adictivas o destructivas. La energía es menor y se va diluyendo en el mundo de la dependencia, lo inconsciente y lo egocéntrico.
Cuando lo que nos impulsa son valores positivos y productivos, es cuando tomamos decisiones y practicamos hábitos que sirven a nuestros mejores intereses y atendemos a nuestras necesidades de desarrollo. Nuestra energía es mayor y más productiva, cuando hay la posibilidad de satisfacer estas necesidades mediante el equilibrio entre trabajo y juego.

sábado, 11 de diciembre de 2010

¿Porqué y para qué trabajamos? 1. Motivadores universales


El trabajo nos une a un mundo real que nos dice si nuestras ideas y visiones tienen sentido o no lo tienen. El trabajo nos ayuda a disciplinar nuestros talento y a dominar nuestros impulsos, enfocando nuestro potencial personal de forma que nos una a la comunidad humana en la que vivimos y con la que nos relacionamos. Necesitamos sentirnos necesitados. Nuestra dignidad y autoestima depende de que se nos reconozca tanto nuestro trabajo, como en nuestro trabajo. Sin trabajo, nos deterioraríamos humanamente.
No es fácil, porque el entorno no ayuda 
A través del trabajo podemos expresarnos y comprometernos con nosotros mismos y con los demás. Es verdad que trabajamos también para ganarnos la vida, pero esto hay que diferenciarlo del trabajo como autoexpresión y compromiso. Esta manera de entender el trabajo es la que de verdad nos motiva y nos mueve, la que nos permite darle sentido y hacerlo como algo propio. La clave está en que hagamos posible que “ganarnos el pan”, nos permita esa autoexpresión de nuestro compromiso con la sociedad y con nosotros mismos y de ahí con la empresa o allí donde nos haya tocado estar.
También nos impulsa a trabajar la esperanza. Esperamos ser “recompensados” de alguna manera, ya sea por dinero, poder, conocimiento, un mundo mejor o la satisfacción de nuestra propia plenitud creativa. Desde el punto de vista de la neurobiología, la esperanza es fundamental, porque sin ella, perdemos el impulso de supervivencia y se ha comprobado que si se pierde la imagen de un futuro positivo que implica aquella, el cerebro se desconecta y se pierde toda capacidad de resolver problemas.
La actitud de esperanza nos acerca posibilidades de éxito. Se realimenta con el aprendizaje y con la disciplina que nos ayudan a aprovechar las oportunidades que se nos presentan. Se refuerza cuando asumimos como adultos la responsabilidad de crear un futuro mejor en todas las formas que nos sean posibles.
Sin embargo, el reverso de la esperanza, implica el temor como motivo que también nos impulsa a trabajar, pero por miedo de no alcanzar nuestras metas o no estar a la altura de nuestras expectativas.
Así pues, los motivadores universales más poderosos del trabajo son:
     a) La expresión de la propia personalidad
     b)  La esperanza y
     c)  El temor
Si alguna vez nos ocurre que nuestra esperanza o nuestra capacidad de autoexpresión y compromiso, son vacilantes, nos puede ayudar un liderazgo positivo, puede reavivárnoslas, pero suele ser solo temporalmente. 
Aunque no lo creamos
Los líderes optimistas y alentadores generan una actitud positiva en aquellos a los que lideran y por el contrario los líderes pesimistas y negativos, pueden conseguir que todos nos sintamos peor. Si somos líderes a algún nivel, es buen baremo de medida de la calidad de nuestro liderazgo, fijarnos en si alrededor nuestro, aumentan o disminuyen el optimismo y las actitudes positivas.
Sin embargo, es necesario saber que ni aún los buenos líderes, pueden crear motivación en los demás, a lo sumo lo único que pueden hacer es orientarla o ampliarla. La puerta de la motivación, no se abre desde fuera, solo es posible abrirla desde dentro de nosotros mismos.
El liderazgo que mejor ayuda a motivar depende de que seamos capaces de comprender los valores de las personas a las que lideramos. Por lo tanto, la clave para comprender qué nos motiva a nosotros y a los demás, es que seamos capaces de identificar cuáles son los valores que nos impulsan de manera dinámica. Es esta comprensión, la de la identificación de nuestros valores, la que ayudará a que:
    - Nuestra empresa, o la unidad que dirijamos sea colectivamente una organización más productiva
    - A la vez, esa misma comprensión, desarrollará individualmente nuestro potencial en el trabajo.
Por todo esto, para comprender qué es lo que nos motiva, porqué trabajamos y para qué trabajamos, es necesario entender bien qué son los valores, e identificar cuáles son nuestros valores, formularlos bien y lo más explícitamente posible.

sábado, 4 de diciembre de 2010

La motivación encontrando el sentido profundo de nuestro trabajo


¿Qué es realmente el trabajo? La mayoría de las personas lo toma como una obligación impuesta por la necesidad, para ganarse la vida, para ganar dinero con el que atender a sus necesidades o por un más o menos definido sentido vocacional.
Sin embargo, cabe interpretar el trabajo de manera bien diferente. El trabajo es, o ha de ser, la expresión creativa y espontánea de nuestro ser profundo. Trabajar es expresar las capacidades que tenemos dentro, es un medio para desarrollar nuestro potencial.
La fuerza interior es la que nos mueve
No es un castigo, ni un exclusivo medio de ganarse la vida. Es un medio para expresar lo que somos, para desarrollarnos y para llegar a ser uno mismo. Podemos verlo sólo como castigo si creemos que, siguiendo la explicación bíblica, seguimos fuera del paraíso, que vivimos y viviremos, hasta morir, en una conciencia elemental, limitada, inconsciente y sin remisión posible… Pero si cada uno descubre y acepta que puede descubrir y reconocer el potencial de desarrollo de su propia e ilimitada identidad espiritual, que estamos aquí precisamente para descubrirla, sea cual sea el alcance que queramos darle, entonces podrá concebir que el trabajo es una manera de expresar su potencial interior. No se trata de qué hacemos trabajando, sino de cómo lo hacemos, de qué sentido da uno a lo que hace, y eso es independiente del tipo de trabajo que uno desarrolla según las circunstancias de su vida.
El trabajo que nos puede motivar, en un sentido práctico, ha de ser la expresión de la genuina vocación de uno mismo, la capacidad de expresar lo mejor de sí mismo manualmente, intelectualmente o de la forma que sea. Lo que más nos motiva, lo que más satisfacción nos produce es expresar lo que uno vive como más genuino, propio y auténtico.
Además, este sentido de vocación y expresión de uno mismo, debe ir acompañado de un espíritu de servicio y de utilidad para los demás, para la sociedad, sean los clientes o los ciudadanos. Entonces me expresaré, no solo a mí mismo, sino que además lo haré sintiéndome útil a los demás.
Es sólo desde esta perspectiva, vivida profundamente, sin subterfugios inconscientes, desde la que el dinero que recibamos por nuestro trabajo tendrá un sentido no tanto por la cantidad, como por la calidad del significado que nosotros aportamos a nuestro trabajo, mediante:
     - nuestra vocación,
     - nuestro espíritu de servicio y
     - los valores que nos impulsen y nos motiven. 
Al mismo tiempo, por otra parte, sólo desde esta triple perspectiva, es como se descubrirán las oportunidades económicas que nos brinda la vida, que de otra manera no veremos. Son nuestra riqueza y nuestro desarrollo interior, los que nos proporcionarán la riqueza exterior que sintamos que nos es necesaria. Si nos obsesionamos por el dinero como el fin de nuestra vida y nuestro trabajo, solo encontraremos insatisfacción interior en el mismo y, paradójicamente además, no encontraremos el dinero que deseamos, al haber bloqueado y limitado nuestras capacidades y el pleno desarrollo de nuestro potencial.